Venga, que hoy me siento romántica... :D
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Tenía el sabor de los años jóvenes. Una presencia casi imperceptible de almizcle y chicle sabor a fresa flotaba sobre su piel. De miembros larguiruchos, los rasgos delicados de su rostro contrastaban con una voz ronca e indómita de adolescente. Su nombre, Alberto, parecía quedarle todavía grande.
Cerca de él y su grupo de amigos, al otro lado de la hoguera nocturna, acuclillada, estaba Eva Dorantes que leía, rodeada de una maraña de jovenes, un trozo de papel.
Eva Dorantes sentía una confusa mezcla de atracción y rechazo hacia Alberto. Le observó insegura. Alberto desvió la vista hacia ella con la intensidad de un felino. Los ojos de Eva no podían mantener su mirada. Se levantó, tiró el papel arrugado a la hoguera y, altiva, le dió la espalda con un amplio movimiento de melena, creyendo que así lo disuadiría. No fué así.
Cuando quiso darse cuenta Alberto estaba a su lado con sonrisa de canalla.
-Bueno... y qué piensas- dijo agarrándola del brazo.
-Que enamorado se escribe sin h- contestó con desdén.
Él sonrió aún más.
-¿Por sólo una h lo has echado el fuego?- rió sin dejar de mirarla -Ven- le susurró al oído.
Poco después Eva Dorantes, con la respiración entrecortada, se mezclaba con él entre los pinos bajo un beso húmedo, apasionado, que le erizó los pelos de todo el cuerpo de puro placer. Recorrió el cuello masculino con la punta de la lengua, deteniendose en el pliegue de piel bajo el lóbulo hasta que arrancó un gemido de Alberto. Entonces envolvió la oreja con su aliento, sus labios, lamiendola con el mismo deleite con el que saborearía un manjar nunca probado hasta entonces...
La noche siguió... El verano pasó...
Nunca más supo de él. Le olvidó. Alberto no llegó a conocer a su hijo que, 16 años después, un día soleado de Julio, comenzó a desprender su mismo olor a almizcle y chicle de fresa. Eva Dorantes se encontraba preparando el desayuno cuando el chico entró en la cocina. Y el poder del aroma trajo consigo de golpe todos los recuerdos.
-Bueno... y qué piensas- dijo agarrándola del brazo.
-Que enamorado se escribe sin h- contestó con desdén.
Él sonrió aún más.
-¿Por sólo una h lo has echado el fuego?- rió sin dejar de mirarla -Ven- le susurró al oído.
Poco después Eva Dorantes, con la respiración entrecortada, se mezclaba con él entre los pinos bajo un beso húmedo, apasionado, que le erizó los pelos de todo el cuerpo de puro placer. Recorrió el cuello masculino con la punta de la lengua, deteniendose en el pliegue de piel bajo el lóbulo hasta que arrancó un gemido de Alberto. Entonces envolvió la oreja con su aliento, sus labios, lamiendola con el mismo deleite con el que saborearía un manjar nunca probado hasta entonces...
La noche siguió... El verano pasó...
Nunca más supo de él. Le olvidó. Alberto no llegó a conocer a su hijo que, 16 años después, un día soleado de Julio, comenzó a desprender su mismo olor a almizcle y chicle de fresa. Eva Dorantes se encontraba preparando el desayuno cuando el chico entró en la cocina. Y el poder del aroma trajo consigo de golpe todos los recuerdos.
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